Entra
un rayo de sol por la ventana, maldito rayo de sol...
¡No!
No
soy un vampiro, si es eso lo que piensan. Solo soy un pobre hombre
encerrado en una habitación, con tan solo 4 libros fantasiosos que
me acompañan. Conversando con sonidos clásicos... ¿cómo se
llamaba? ¡Ah! si... Mozart... Otro genio desgraciado, enterrado en
una fosa común por abundante miseria, enriqueciendo a personajes en
vida y que sigue haciéndolo una vez muerto.
En
mi caso, no podría decir que la vida fue injusta conmigo. No
obstante, la falsedad de la sociedad en mi rostro se ilustra. La
sociedad, ella y solo ella ha sido la injusta con la vida misma.
Comprendo la confusión de mis letras, yo mismo escribo confundido,
no entiendo exactamente que fue lo que ocurrió, pues mis recuerdos,
la gran mayoría ya no se alojan en mi cerebro.
Puedo
empezar por...
… Aquel
día que hace comenzar la semana, si, un Lunes por la tarde apunto de
salir del trabajo. Un periódico modesto pero bastante leído en la
ciudad y que a mi personalmente me llenaba de felicidad, pero eso si,
requería gran parte de mi tiempo.
Cada
tarde después del trabajo me esperaba mi dulce hogar con mi querida
esposa. No obstante ese día algo hizo cambiar la rutina, pensé que
tan solo por ese día, pero me equivoqué...
Entró
por la puerta de la redacción, un hombre trajeado, con zapatos que
parecían hechos a medida igual que su traje negro, con un bigote
largo y puntiagudo, pero lo que más me llamó la atención fue su
sombrero de copa, bien alto y de una piel más brillante que su reloj
de bolsillo, que sin duda alguna era de oro macizo.
Yo
me disponía a salir en el mismo momento que él entraba, en ese
mismo instante nuestras miradas se cruzaron. Tuve una sensación de
malicia siniestra, desagradable, preocupante... ¡Bah! Poco podía
preocuparme a mi, creía yo. Sin inquietud alguna seguí mi camino,
ese hombre tan solo iría para hablar de algún artículo favorable
para su empresa. Habitualmente teníamos visitas de gente adinerada
que solicitaba, o mejor dicho exigían al dueño del periódico una
visión adecuada para su persona.
Satisfecho
de mi jornada y entusiasmado en ver a mi esposa, entré en mi
acomodada morada, donde allí sentada en un sillón junto a la
chimenea estaba ella, esperándome con impaciencia, como todos los
días de mi vida. Anabel era una mujer hermosa de cabellos largos y
de rizos definidos, tan negros como el carbón abrillantado. Sus ojos
nada tenían que envidiar de su sonrisa, cosa que parecía imposible.
Cuando me miraba automáticamente me conquistaba, cuando me sonreía
simplemente me hechizaba.
Dediqué
el resto de la tarde exclusivamente a ella, la llevé a cenar a un
restaurante de comida italiana bastante prestigioso, famoso por sus
deliciosas y creativas obras de arte culinarias. Después fuimos al
estreno de una obra de teatro local, sencilla y de poco renombre,
pero sin duda con mucha y cualitativa creatividad. Finalmente
volvimos a nuestra casa y compartimos nuestro lecho matrimonial.
Ella
era lo mejor de mi maravillosa vida, podría decirse que lo tenía
todo aunque eso pronto iba a cambiar. ¿Cómo me lo iba yo a
imaginar?
Desperté
a las 7 de la mañana como cada día, se que hay personas que esto
les molesta, sin embargo para mi no significaba ningún esfuerzo. A
mi lado tenía a una mujer que además de preciosa era maravillosa,
normalmente me tomaba mi café con pastas junto a ella, pero ese día
quise desayunar en una cafetería cercana a la redacción. De vez en
cuando me gustaba tomarme un café y escuchar los comentarios de la
gente sobre las noticias que yo mismo ordenaba y seleccionaba.
Una
vez terminada mi taza, fui directo a la redacción y cuando llegué
decidido a entrar en mi despacho como cada día, mi sorpresa fue tal
que me quedé unos segundos inmóvil, desconcertado y confuso. En la
puerta, en lugar de estar escrito mi nombre había otro; “Tomás
Duch”
Mis
compañeros me lanzaban miradas de pena y consuelo, uno de ellos se
me acercó, me dio un apretón de manos y una palmada en la espalda
al tiempo que me dijo: “Lo siento Federico, te echaremos de menos”.
No
lo entendía, no daba crédito a esas palabras. ¡Que demonios
significaba eso!
–¿Estáis
todos locos? – Grité, como si de una broma de mal gusto se
tratara.
Pero
no era una broma, los comentarios y los murmullos delataban la cruda
verdad. ¡Me habían despedido!
–¿Pero
por qué?– Pregunté casi con un susurro. Pero nadie contestaba...
– ¡Que
alguien me diga de una maldita vez qué demonios ocurre aquí! –
Grité como nunca antes lo había hecho. Hasta ese momento no supe
que significaba la palabra desespero, ni en que consistía enojarse.
El
dueño del periódico salió de su despacho, sus palabras fueron las
más duras de mi vida.
– Hola
Federico, siento decirte esto... – comenzó diciendo. – Verás,
el señor Druch es desde ahora en adelante el nuevo director del
periódico. Quería decírtelo antes, pero no me ha sido posible
contactar contigo.
No
lo podía creer...
– Pero...
¿Quién es Tomás Druch?– Pregunté vacilante – ¿por qué le da
usted mi puesto? ¡Yo realicé el primer ejemplar de este periódico!
¡Este periódico es mas mío que suyo! - Grité desesperadamente de
nuevo.
– Este
periódico no ha llegado a nada ni lo hará nunca, siempre hemos
tenido un presupuesto ajustado.
“Ahora,
con el Sr. Druch a la cabeza, y su generosa inversión, este
periódico llegará donde tu nunca habrías podido llevarlo.
Venga,
si te hago un favor, esto es una oportunidad para ti y para éste
periódico. Ahora dispones de libertad, mas tiempo para estar con tu
esposa y también de encontrar un nuevo trabajo. Y nosotros... por
fin llegaremos a la cumbre”.
Dicho
esto, me guió hacia dentro de lo que había sido mi vida, mi
despacho. Allí, encima de mi mesa había una caja con todas mis
pertenencias, se habían tomado la libertad de preparármela ellos
mismos. Pero mi estupefacta reacción fue cuando identifiqué a la
persona que me había robado parte de mi ser. Era el hombre del
sombrero de copa.
Él,
con la misma mirada maléfica y escalofriante con la que me inquietó
hacia apenas veinticuatro horas, me sonrió. Yo sin poder decir
palabra alguna, anonadado, recogí mis cosas y me fui.
Caminaba
por las calles iluminadas de un sol radiante, tuve la sensación que
ese debía ser un día gris que reflejara toda la tristeza que yo
sentía, pero en cambio todo mi alrededor parecía bastante alegre.
Me sentía como si caminara a contratiempo, cargando a cuestas una
caja de cartón llena de pertenencias y experiencias vividas. No
entendía que demonios había pasado, pero lo que más me preocupaba
en ese instante era la reacción que iba a tener mi amada. Sin saber
exactamente que decir, decidí ir directo a casa y explicar lo
ocurrido, esperando comprensión y algo de cariño.
Anabel
no se lo tomó nada bien, juraría que casi discutimos a pesar de que
ni siquiera sabía que era eso. Durante el resto de la mañana
estuvimos distantes, incluso a la hora de la comida apenas
pronunciamos palabra y esto era algo inédito, normalmente cuando
llegaba a casa temprano para compartir la comida siempre teníamos
muchas cosas que contarnos, aunque estas fueran irrelevantes. Pero
esa vez, por vez primera apenas nos dirigimos una palabra el uno al
otro.
Finalmente
le dije:
– Tranquila,
esto no es el fin del mundo. Siendo director de un periódico no me
costará encontrar otro empleo – le dije en tono tranquilizador –
lo importante es que estemos los dos juntos y tiremos adelante.
Autoconvencido
de mis palabras, salí a la calle decidido a encontrar un trabajo. Yo
era alguien acostumbrado a las facilidades, por eso las constantes
negativas se me hacían muy duras. Estuve toda la tarde de empresa en
empresa, redacciones e imprentas la gran mayoría. Fue tal mi
desespero que incluso entré al local del zapatero aludido por el
cartel de la puerta; “Se precisa aprendiz”. Esa fue la negativa
más dura de la tarde, la que me hizo tirar la toalla y entrar a la
primera posada cochambrosa que encontré. Pensé; “ todos matan las
penas con alchol, a ver si esto funciona conmigo”.
Sentado
en la barra con un vaso de wischy barato, no podía dejar de pensar
en ese amargo día. Pero lo que más zumbaba mi cerebro eran las
duras palabras, jactantes y burlonas del zapatero:
“¿Y
tu señorito quieres ser zapatero? ¡Mirate! No serías capaz ni de
cortar un trozo de piel. ¡Fuera, no me hagas perder mas el tiempo”
– Perdone,
¿es usted el director del “Prado”? – me dijo un caballero
impidiendo el paso a mis malos pensamientos – Compro su periódico
cada mañana, me parece muy interesante, de los mejores de esta
ciudad.
Por
un instante, hizo que volviera en mi el orgullo y la autoestima. No
obstante, desapareció en el acto al tener que responder con la
cabeza gacha:
– Lo
era amigo, lo era... me han despedido esta mañana. ¿La única
explicación? Alguien con mejores recursos económicos me ha
suplantado –. Contesté yo, empezando a divagar.
– ¡Oh,
vamos! Eso no es posible... francamente, “Prado” es el que me
alienta a continuar tirando con mi revista.
En
ese momento, mi mente se anticipó a lo que éste hombre estaba
apunto de proponerme. Claro que no era exactamente lo que yo
esperaba.
– Tengo
una idea – dijo. – ¿Por qué no trabaja en mi redacción? No es
una revista muy grande pero es algo con lo que ir haciendo. Además,
me vendría muy bien alguien con su experiencia como redactor.
Redactor...
El
director de uno de los mejores periódicos de la ciudad convertido en
un simple redactor en una pequeña revista acabada de nacer...
¿Que
demonios? Estaba desesperado, acababa de mendigar al zapatero un
puesto de aprendiz. Lo acepté.
Al
llegar a casa le conté a mi esposa lo más parecido a una buena
noticia. Ella no mostró demasiado entusiasmo, pero de algún modo se
alegró. Al fin y al cabo me acababan de despedir la misma mañana,
conseguir un empleo en el mismo día no es cosa fácil.
Durante
la cena, Anabel me contó que había visto a un hombre deambular por
nuestro barrio. Al parecer buscaba un alojamiento por la zona. Según
me iba hablando de él y dándome una descripción más exacta, en
seguida me percaté de que ese era el mismo hombre que me había
robado la dirección del periódico. No había duda alguna, traje
negro, bigote definido, elegante... y por su puesto el sombrero de
copa.
Durante
los siguientes meses me dediqué a explotar todo mi potencial en
aquel puesto de redactor, tenía la esperanza de que si la revista
salía adelante podría ganarme una buena posición. Pero algo me
preocupaba constantemente, el sombrero de copa... no podía
quitármelo de la cabeza, ese sombrero y su maldito dueño. Solo me
faltaba tenerlo de vecino, recé y recé para que eso no ocurriera,
pero finalmente eso no fue necesario. Con mi mísero sueldo de
redactor no pude mantener mi morada. Anabel y yo no tuvimos mas
remedio que mudarnos a un piso mas pequeño y modesto.
Lo
peor de todo, es que la única persona dispuesta a pagar algo por mi
preciosa casa llena de deudas, fue la persona que meses atrás
merodeaba por la zona. El señor del sombrero de copa estaba
dispuesto a darme una suma escasamente generosa, a cambio de hacer
frente a las deudas. Sin mas opción, me vi obligado a mal vender mi
casa a la persona responsable de mi situación. Acepté.
Constantemente
intentaba autoconvencerme de que eso no duraría por mucho tiempo.
Además, pensé que el nivel de vida no podía significar tanto,
“teniéndonos el uno a otro podemos continuar hacia adelante, pues
el amor todo lo puede...”
Una
tarde, cuando llegué a mi pequeño apartamento, estupefacto me quedé
al cruzar el umbral de mi puerta. Allí estaba él, tomándose una
copa de mi botella de whisky barato y sentado en mi cochambrosa
butaca de piel desgastada. Con esa mirada maligna, penetrante y su
risa demoníaca, el maldito caballero del sombrero de copa osaba,
entrar en mi desgraciada casa.
– ¿Que
demonios hace usted aquí? – Pregunté.
Por
un instante, se me pasó por la cabeza la posibilidad de recuperar mi
puesto de trabajo. Si, para eso estaba allí sentado, venía a
concederme un nuevo puesto en el periódico. Podría recuperar mi
casa, mi vida...
– Estoy
aquí, Federico, para solucionar tus problemas económicos – Me
contestó.
¡Si,
era eso! Tras esa malvada sonrisa se escondía un buen corazón,
venía a compensar de alguna manera todo por lo que me había hecho
pasar.
– A
partir de hoy – continuó diciendo – Tendrás una boca menos que
alimentar. Justo lo necesario para alguien de tu nivel.
Dicho
esto, entre carcajadas que parecían salir del inframundo, mi esposa
Anabel salió de nuestra habitación con sus maletas hechas.
Simplemente
me abandonó.
Después,
tan solo puedo decir que mi único consuelo fue el whisky barato. Por
las tardes después del trabajo, al que no ponía ningún entusiasmo,
intentaba adquirir algún libro de segunda mano. Beber y leer era
todo lo que podía hacer en ese lugar al que le llamaba hogar.
Llegó
un momento en que la luz, sobretodo la del sol resplandeciente, no
hacía mas que irritarme. Terminé tapando las ventanas con cualquier
cosa que me sirviera, cartones, papeles, libros...
Ha
día de hoy no soporto la luz, llevo dos semanas sin ir al trabajo,
ni siquiera se si me han despedido. Mi único alimento es el alchol y
poco más.
Escribir...
solo eso para sentirme acompañado, ni siquiera la lectura me sacia.
Solo pienso en escribir y no parar. Puedo describir cada segundo que
pasa, puedo contar cada gota de sudor que resbala en mi frente, puedo
recitar cada gota de agua que salpica el fregadero, puedo...
¡Maldita
luz!
Entra
por la ventana un maldito rayo de sol, ya no sé como taparla...
¡No!
¡No
quiero ver la luz!
Me
asusta, me desespera, me atrapa y se acerca...
¿Que
es? ¿Quién es?
¡Maldita
sea, entra por la ventana!
Oh
si, ¡es él!
¡¡¡¡¡¡ES
EL!!!!!!
El
sombrero de copa... solo me queda la oscuridad y solo eso me quiere
quitar.
– Federico...
¡mírame! ¿Que ves?
“¡Oh
Dios mío! No puedo creerlo... ¡Soy yo! Me he robado la vida...